
Quedáte ahí quietecita; aunque sigilosos, logro percibir tus movimientos. No creas que sos tan astuta como para que yo no logre darme cuenta de que estás al acecho. Aunque también debo reconocer que más de una vez has logrado tu empresa: apoderarte de mi tranquilidad para hacer resonar en todo mi ser tus malditos síntomas. Autoexigencia, disconformidad, contrariedades, mal humor, impulsividad....todo un tanto exacerbado.
¿Pero acaso quién te creés que sos para irrumpir así en mi tan pretendido equilibrio?
Cada noche llega un sueño inducido, profundo y reparador, que no obstante todas esas bondades no me permite levantarme al otro día con la energía que preciso para el afuera. ¿O será que a veces elijo utilizarla para el adentro?
¿Sabés lo lindo que se siente prepararles el desayuno a los príncipes de la casa, descubrir las cajas repletas de chucherías desparramadas en la cama por la coqueta menor, que luce una rosa en el cabello y un collar de piedras de colores más largo que ella misma? ¿Tenés idea del orgullo que se siente al escuchar a tu hijo mayor esbozar sus primeras oraciones con ga, go, gu en su cuaderno de tareas?
También es cierto que los príncipes tienen sus cuestiones mundanas, de modo que entre tanto se escuchan ridículas peleas (parecidas a las batallas que libro contigo) que me dejan en claro que la hermandad guarda esa dicotomía primal amor/odio, y que a mí me impulsan a tener ganas de encerrarme por un rato con la excusa de tomar una ducha caliente.
¿Y el afuera?, me preguntás no dejándome en paz un segundo. ¿Acaso no deberías estar en este mismo momento a punto de salir al exterior a cumplir con tus obligaciones?, insistís impiadosamente.
¿Te parece que hago poco?, te respondo desafiante. ¡Dejáme de joder de una buena vez!
Se ve tan gris el cielo, y aquí se siente tanto el calor....
Te propongo hacer un trato: por esta vez me alivianás la culpa y yo por contrapartida te asumo como una amenaza a repeler. No me podés decir que no, sé que te encanta que te asuman. Tenés un orgullo a prueba de cualquier resistencia.
Qué suerte que existen las palabras para exorcizar al menos por un instante algunos fantasmas.
Aunque tal vez sea más sensato asumirlos. "Hay que amar a los espectros, y es que todos, en tanto estamos entre la vida y la muerte, tenemos una condición fantasmática", dijo Derrida.
Resuelvo entonces aceptarte, Ansiedad. Aunque por dignidad, no me exijas que te ame.
La obra es El Grito, de Munch.