Una vez le conté a mi amiga Ana, que estudió psicología, que con Manu estábamos en pleno idilio y que el papá nos interrumpió diciendo: Bueno, bueno, que ésta es mi mujer, eh!. Ana me explicó que hacía muy bien su papel, interviniendo en ese "Edipo" que más tarde lo conduciría al complejo de castración y a registrar que "con mamá no".
Y volvió a intervenir, ahora pidiéndome muy delicadamente que Paz ocupe otros espacios que los que ocupaba hasta ahora. O por lo menos de otra manera. Es que la niñita dormía sola conmigo en la cama grande, y El con Manu en la otra habitación... Ese fue el remedio que encontramos ante tantas noches de insomnio interminables; de agotadores intentos fallidos de dormir "como debe ser".
Pero... admito que se me estaba haciendo muy difícil despegarme, y a Manu ya le estaban dando seguido unas rabietas bárbaras de celos. Y El decía ya ni acordarse el olor de su propia cama...
Y apareció así otra vez La Ley. La del padre, que interviene para reorganizar, para cortar, para separar, pero también para integrar, y para fusionarnos con un orden distinto, en más comunicación con el cosmos...
Ahora los hermanitos se duermen juntos en su habitación mientras mamá les canta las canciones que recuerda para dormir, mientras papá abraza a Manu y le cuenta algún cuento. Y aunque la bebé no dura muchas horas en su cunita y termina en medio de nosotros, al menos encontramos un nuevo espacio para todos. Y una nueva manera de compartir.
Los celos ya no lo invaden todo, al menos por las noches...
Dicen que la crianza tiene que ver con los roles que se ocupan con los hijos. Me alegro que seamos dos. No sólo porque tantas veces necesite la intervención de La Ley, sino porque, además, me siento acompañada, sostenida, y amada.