martes, 24 de agosto de 2010

Volamos...

...derechito al infierno...?

lunes, 23 de agosto de 2010

Mundo ideal



Armonía

Capacidad de abstracción

Dulzura

Comprensión

Disfrute

Mundo pacifico y natural

miércoles, 18 de agosto de 2010

lunes, 16 de agosto de 2010

Insomnio (VII)



En escasos minutos las instalaciones de esa casa antigua se cubrieron de silencio. Cada cual ocupó el puesto que evidentemente tenía asignado y los disfrazados y maquillados se convirtieron de pronto en personajes de una escena transcurrida en el siglo XIX.
La iluminación creó un clima íntimo y acogedor, e instantáneamente Matilda viajó en el tiempo.
Sólo en los primeros instantes pudo racionalizar que se trataba de actores, hasta que el decidido "Luz, cámara, acción!" la evadió de la realidad y la transportó a una dimensión sin lugar, sin espacio, y sin tiempo.
El brillo de los vestidos de las dos mujeres que protagonizaban la escena, los rostros que mostraban desazón y la delicadeza de sus movimientos la invadieron del deseo de fotografiar todo cuanto estaba viendo. Cada vez que miraba un detalle se imaginaba una foto, y se lamentó por no haber traído consigo su cámara. _¿Pero cómo iba yo a saberlo?_ se preguntó disculpándose a sí misma.
Las imágenes en su cabeza la cautivaron de tal modo que tardó en reconocer que las mujeres hablaban en italiano. Aunque no comprendía las palabras logró sentir la tensión de la escena, puesto que los cuerpos tienen un lenguaje que trasciende los idiomas.
Era evidente que una de las mujeres le revelaba a la otra un misterio, y en el momento de mayor emotividad el director gritó _Corten!
Matilda tardó en volver a realidad, y mientras todos se felicitaban por el éxito de la filmación, vio a lo lejos acercarse a Agustín.
Sonriendo la abrazó balanceándola de un lado al otro y la invitó a pasear.
Matilda no salía de su asombro, y cuando lo miró a los ojos sintió una alegría que había logrado olvidar.
Caminaban abrazados mientras Agustín le contaba que formaba parte de la producción de la película y que su mayor deseo era escribir una novela que pudiera adaptarse al cine.
Entraron a un bar cuyas ventanas daban a la plaza Defensa y pidieron un café con una porción de torta de chocolate, dulce de leche y merengue italiano para compartir.

jueves, 12 de agosto de 2010

Cierto día


Cierto día una muchacha encontró en medio de qué quejarse una verdadera razón para estar intranquila. Descubrió que aquellos miedos que la aquejaban cada noche con caras de monstruos y voces de ultratumba no eran más que su propia visión trágica de la vida, y que por más apasionante que fuera la lectura de Unamuno, lo mejor sería no andar viviendo a diario un capítulo de una novela desgarradamente triste.
Alguna vez le habían propuesto cerrar los ojos y ponerle forma a sus fantasmas, palabras a las voces que la aquejaban y respuestas a su propia voz. En esa dimensión los miedos se agigantaron; tan grandes e incontrolables se hicieron que llegaron al punto de convertirse en grotescos, y aquella parodia de tragedia terminó convertida en sátira.
Entonces, aquel mismo día, esa muchacha comprendió que era ella misma su peor enemiga, aunque fuera más fácil y menos incómodo creer que la culpa de todos sus males estaba afuera, o fuera de sí, para ser más precisos.
Pero aquella razón que la intranquilizaba continuaba ejerciendo la presión suficiente que llegaba a hacerla sentir que estaba a punto de desfallecer.
Todas esas ideas mezcladas y todos los intercambios que con otras gentes tuvo esos días (pasando de los empáticos y optimistas a los oportunistas que aprovechaban por un día una miseria peor que la propia) dieron como resultado las siguientes conclusiones:
Había recibido por esas horas más llamados de su gente querida que en todos los años anteriores.
Se hizo acreedora del tiempo de sus amigos, y hasta algunos le ofrecieron desinteresadamente dinero por si acaso le fuera a hacer falta.
Miró a sus hijos por más horas, detenidamente, y valoró con real consciencia la posibilidad cotidiana de verlos y escucharlos sonreír.
Le dió valor y registro a cuestiones diarias que por rutinarias las confundía con nimiedades, como tomarse una buena taza de café, tomar una ducha con agua caliente y comer fruta fresca.
Aprendió a no esperar de los demás lo que no tienen para dar, y a resignificar y agradecer lo que solidariamente le ofrecieron.
Ese mismo cierto día aprendió el concepto de "soltar el problema" para que siga su curso natural, y a identificar que si ese mismo problema se volvía cada vez más tenso y difícil de tolerar, era porque la solución estaba próxima en llegar.
Se aferró a la consciencia de que somos experiencia vital, y que en el mejor de los casos, hacemos registro cada tanto de que no nos vamos a llevar nada más de este mundo que la posibilidad (o no) de capitalizar esa experiencia.
Finalmente, concluyó aliviada, lo que se tiene siempre es mucho más que lo que nos falta.

La obra es de Danidan :)

domingo, 8 de agosto de 2010

Insomnio (VI)


_ Salgo para allá_ atinó a responder Matilda, y cortó el teléfono sin esperar respuesta y sin despedirse.
Corrió a su cuarto, abrió el placard y sacó eligiendo casi sin mirar unos leggins negros, un vestido azul de bambula y encaje, su polera blanca de lana para ponerse debajo y las botas marrones de montar.
Se miró en el espejo del baño mientras se lavaba los dientes con premura y volvió a reconocer a la joven mujer que se reflejaba delante. Se enjuagó la boca tres veces como le había enseñado su abuela, se pintó rápidamente pero con precisión las mejillas con rubor rosado, se delineó los ojos con lápiz marrón oscuro y se puso en los labios brillo transparente. Nunca usaba rimmel.
Se colgó un collar lleno de piedras de colores, escogió para el dedo anular izquierdo su anillo grande de plata y turquesa, se cruzó su bandolera de cuero marrón, se puso su tapado marrón de paño entallado y largo hasta los pies y comiendo una manzana bajó por el ascensor.
Mientras caminaba hacia la esquina advirtió que faltaba una hora y media para las tres de la tarde, y detenida como por un silbato de referí se echó a reír. Ladeando la cabeza disminuyó la marcha y dejó que el sol le iluminara los párpados cerrados.
Aprovechó a mirar las vidrieras renovadas con las pilchas de invierno y sonriendo por primera vez en semanas tomó el subte.
Durante el viaje y mientras hacía tiempo para llegar cinco minutos tarde a su cita intentó recuperar en su memoria aquel primer encuentro casual con Agustín. Había sido una conversación ligera y desordenada que logró terminar con su celular anotado en el de ella, y con aquella comprometida y sorpresiva invitación a volver a creer en alguien.
Agustín era alto, delgado, de cabello rubio oscuro prolijamente despeinado, ojos verdes grisáceos que miraban intenso y con un tono de voz
enigmático.
Suficiente información para haber decidido llamarlo y acudir a su cita propuesta con tan escasas palabras.
Caminaba por Independencia hacia Balcarce y el corazón le galopaba impiadosamente en el pecho.
Miró el reloj: tres y diez. Se odiaba por ser impuntual hasta para llegar tarde.
En el preciso instante en el que llegaba a destino apareció Agustin doblando la esquina y mientas le daba un beso ruidoso en la mejilla le
dijo _ te dije a las tres. La tomó delicadamente del brazo y sin soltarla entraron a una propiedad antigua estilo francés atiborrada de gente. Todos corrían de un lado hacia el otro; mujeres y hombres disfrazados, peinados y maquillados se movían en círculos bajo inmensas luces mientras un hombre de cabello blanco y mirada lapidaria le gritó a Agustín _ empezamos en cinco minutos! Dónde mierda te habías metido?
Agustín soltó a Matilda mientras se alejaba y le dijo _ disfrutá de la función, preciosa, nos vemos en un rato.