jueves, 30 de junio de 2011

martes, 28 de junio de 2011

Aprender a decir "No"


"NO es NO"

Y hay una forma de decirlo:
"No".
Sin admiración,
ni interrogantes,
ni puntos suspensivos.

"No" se dice de una sola manera.
Es corto, rápido,
monocorde,
sobrio y escueto.

"No"se dice de una sola vez.
"No", con la misma entonación.
"No", como un disco rayado.

Un "No" que necesita
de una larga caminata o
una reflexión en el jardín,
no es "No".

Un "No" que necesita
justificaciones y explicaciones,
no es "No".

"No" tiene la brevedad de un segundo.
Es un "No" para el otro,
porque ya lo fue para uno mismo.

"No" no deja puertas abiertas,
ni entrampa con esperanzas,
ni puede dejar de ser "No",
aunque el otro y el mundo
se pongan de cabeza.

"No" es el último acto de dignidad.
"No" es el fin de un libro sin más capítulos
ni segundas partes.

"No" no se dice por carta,
ni se dice con silencios,
ni en voz baja,
ni gritando,
ni con la cabeza gacha,
ni mirando hacia otro lado,
ni con símbolos devueltos,
ni con pena,
y mucho menos con satisfacción.

"No" es "No" porque no.

Cuando el "No" es "No",
se puede mirar a los ojos,
y el "No" se descolgará naturalmente
de los labios.

La voz del "No" no es trémula,
ni vacilante,
ni agresiva,
y no deja duda alguna.

Ese "No" no es una negociación del pasado:
es una corrección al futuro.

Y sólo quien sabe decir "No"
puede decir "Si".

Hugo Filkenstein

La obra es de Magritte.

sábado, 25 de junio de 2011

viernes, 24 de junio de 2011

Yo

jueves, 23 de junio de 2011

martes, 21 de junio de 2011

Música



Oh no,
no rechaces este sol,
aunque duela...
aunque no sea tu despertar...
ya no te quedes en el dolor...
no tengas miedo de sanar...
ya no queda nada de la espera...

lunes, 20 de junio de 2011

domingo, 19 de junio de 2011

sábado, 18 de junio de 2011

miércoles, 15 de junio de 2011

Diálogo (30)


_ Esa chaqueta que llevás puesta...es mía. Alguien me la regaló.

_ Quién?

_ No sé.

_ No te acordás?

_ Sí, sólo que no sé su nombre, ni su número de teléfono...no sé nada...

_ Y te enamoraste de él.

_ Era sólo un juego...

_ Y quién puso las reglas?

_ Yo, supongo.

_ Creo que pusiste las reglas equivocadas.

Las Ciudades Invisibles


De Ciudades Escondidas

La vida no es feliz en Maísa. En las calles la gente camina torciéndose las manos, regaña a los niños que lloran, se apoya en los parapetos del río con las sienes entre los puños; por la mañana despierta de un mal sueño para empezar otro. En los talleres, donde a cada rato alguien se machaca los dedos con el martillo o se pincha con la aguja, o mira las torcidas columnas de números en los libros de los comerciantes y los banqueros, o tiene delante las filas de vasos de zinc en las tabernas; menos mal que las cabezas gachas te ahorran miradas torvas. Dentro de las casas es peor, y no hace falta entrar para saberlo: en verano sale por las ventanas el estruendo de las peleas y de los platos rotos.

Y sin embargo en Maísa hay en todo momento un niño que desde una ventana ríe a un perro que ha saltado a un cobertizo para comer un poco de polenta que ha dejado caer un albañil que desde lo alto de un andamio exclama: "¡prenda mía, déjame probar"!, a una joven posadera que levanta bajo la pérgola un plato de guiso, contenta de servirlo al paragüero que festeja un buen negocio, una sombrilla de encaje blanco que ha comprado para pavonearse en las carreras una gran señora, enamorada de un oficial que le ha sonreído al saltar la última valla, feliz él, pero más feliz todavía su caballo que volaba sobre los obstáculos viendo volar en el cielo a un francolín, pájaro feliz liberado de la jaula por un pintor feliz de haberlo pintado pluma por pluma, salpicado de rojo y amarilo, en la miniatura de aquel libro en el que el filósofo dice:" También en Maísa, ciudad triste, corre un hilo invisible que une por un instante un ser vivo con otro y se destruye, después vuelve a tenderse entre puntos en movimiento, dibujando nuevas, rápidas figuras de modo que en cada segundo la ciudad infeliz contiene una ciudad feliz que ni siquiera sabe que existe".


Infinitamente gracias, Leonardo Belderrain.

La obra es de Gustav Klimt.

lunes, 13 de junio de 2011

La Confesión


Antes de morir le confiesa haberlos matado. Es consciente aún: asume las indómitas consecuencias de su revelación. Lo alivia, sin embargo, la muerte. Se desvanecen los barrotes; decide estar expuesto y vulnerable ahora que se ausenta para siempre. No necesita morir con levedad, pues su condena no lo dejaría ni dejando de ser. Se confiesa por amor. Pues el amor (comprendió en el final) es aquello que damos más allá de lo que recibiremos a cambio de la entrega. Se hablan con la mirada un instante intenso. Sus ojos denotan renuncia. Su cara, apenas perceptible, es tomada entre las manos de su mujer, quien sonríe y a la vez lo moja con lágrimas cuando lo besa por última vez en la boca.

_ Lo sabías, mujer, lo supiste siempre. ¿Cómo pudiste vivir al lado mío sin haberlo ignorado?

_ Por el mismo motivo por el que abandonaste incluso tus principios. No necesité tu inocencia para amarte, ni tu culpabilidad confesa. Mucho menos tu arrepentimiento. No necesité más que tenerte.

_ Entonces debí decírtelo. Te conminé a compartir mi condena.

_ Ya casi ni comparto tu vida, no seas injusto con nosotros; no seas tan necio de morirte sin asumir que la cobardía y la valentía son impostoras.

_ Pero yo… _ solloza con la voz quebrada_ ¿Cómo hubiera sido si te lo hubiera podido decir?

_ Yo no quise ser tu confesora. Nunca creí que ser tu mujer me diera ese derecho. ¿Acaso quién soy yo para saberlo todo de vos? Lo último que te puedo pedir es que te mueras sin dudar.

_ No me preguntaste jamás porque siempre supiste que no hubiera podido mentirte…y porque sabías que no podía decir la verdad. Perdonáme, querida, por poder tan poco.

_ Mucho menos quiero ser tu liberación. Sólo quiero amarte, no me pidas más.

Pierde la compostura y se desarma en el pecho débil de su hombre, que aún la contiene. Por eso el amor.

Muere instantes después, abrazado a su mujer. Ella muere un poco también. Y con ellos, muere por fin la condena.


La escultura es de Rodin.

Bill Evans