lunes, 13 de junio de 2011

La Confesión


Antes de morir le confiesa haberlos matado. Es consciente aún: asume las indómitas consecuencias de su revelación. Lo alivia, sin embargo, la muerte. Se desvanecen los barrotes; decide estar expuesto y vulnerable ahora que se ausenta para siempre. No necesita morir con levedad, pues su condena no lo dejaría ni dejando de ser. Se confiesa por amor. Pues el amor (comprendió en el final) es aquello que damos más allá de lo que recibiremos a cambio de la entrega. Se hablan con la mirada un instante intenso. Sus ojos denotan renuncia. Su cara, apenas perceptible, es tomada entre las manos de su mujer, quien sonríe y a la vez lo moja con lágrimas cuando lo besa por última vez en la boca.

_ Lo sabías, mujer, lo supiste siempre. ¿Cómo pudiste vivir al lado mío sin haberlo ignorado?

_ Por el mismo motivo por el que abandonaste incluso tus principios. No necesité tu inocencia para amarte, ni tu culpabilidad confesa. Mucho menos tu arrepentimiento. No necesité más que tenerte.

_ Entonces debí decírtelo. Te conminé a compartir mi condena.

_ Ya casi ni comparto tu vida, no seas injusto con nosotros; no seas tan necio de morirte sin asumir que la cobardía y la valentía son impostoras.

_ Pero yo… _ solloza con la voz quebrada_ ¿Cómo hubiera sido si te lo hubiera podido decir?

_ Yo no quise ser tu confesora. Nunca creí que ser tu mujer me diera ese derecho. ¿Acaso quién soy yo para saberlo todo de vos? Lo último que te puedo pedir es que te mueras sin dudar.

_ No me preguntaste jamás porque siempre supiste que no hubiera podido mentirte…y porque sabías que no podía decir la verdad. Perdonáme, querida, por poder tan poco.

_ Mucho menos quiero ser tu liberación. Sólo quiero amarte, no me pidas más.

Pierde la compostura y se desarma en el pecho débil de su hombre, que aún la contiene. Por eso el amor.

Muere instantes después, abrazado a su mujer. Ella muere un poco también. Y con ellos, muere por fin la condena.


La escultura es de Rodin.

No hay comentarios: