El sábado se casó mi amiga Paula. Nos conocimos hace más de diez años, en un pasillo de la universidad. El parcial de nuestra primer materia de la carrera nos unió en pleno proceso de nervios, ansiedad y cansancio. Su voz y su risa eran imposibles de pasar por alto. Congeniamos de inmediato, y con una actitud desprejuiciada, espontánea y empática nos acompañamos todos estos años. Por épocas con encuentros más esporádicos, pero siempre con el mismo cariño. Paula es de esas personas que llaman en el momento justo y podés resumirle en pocas palabras qué te está pasando, con la seguridad de que del otro lado habrá una palabra de aliento, un verdadero cariño que sostiene. Como verdaderas amigas que somos, también podemos ser una crítica impiadosa de la otra pero siempre (siempre de verdad) con el único afán de hacernos bien.Paula fue una hermosa novia, radiante, espléndida, llena de júbilo y de alegría, emotiva.
Emocionada saludó a todos sus invitados. Se esforzó por hacernos saber a cada uno cuánto valoraba nuestra presencia. Pero en un momento la escuché llorar y me dí vuelta inmediatamente, como una mamá cuando se da cuenta de que su niñito llora distinto. Y ahí estaba, abrazada a una mujer más bajita que ella y algo regordeta que la abrazaba toda, y la besaba, y le hablaba al oído. Y el llanto de mi amiga era desde el alma, desde lo más profundo de su sentir.
Cuando pude le pregunté quién era aquella mujer. Me miró a los ojos y me dijo: _ Mai, era mi psicóloga...
Otra vez esos silencios cómplices de amigas. Sabía exactamente lo que significaba para ella. Y recordé haber vivido la misma experiencia casi 7 años atrás, cuando la que se casó fui yo (y Paula era mi dama de honor)
_ Qué te dijo?_ le pregunté. Me reveló que (seguramente entre muchas otras verdades) le dijo: _ Es hora de que usted asuma su belleza.
Las amigas de Paula sabemos cuánto logró crecer. Los hechizos que deshizo. El esfuerzo que implicó ese proceso.
Cuando me casé también me fue a ver mi psicóloga. Mi mamá me contó que lloró emocionada toda la ceremonia. Cuando la vi, al pasar, me tomó fuerte de la mano sin dejar de llorar ni un instante. Y cuando me encontró en el atrio me abrazó fuerte y no dejaba de repetir: _ Te lo merecés tanto, te lo merecés tanto...
Esas presencias significativas e íntimas dan la sensación de un camino recorrido, de un esfuerzo que valió la pena hacer. Y más allá del logro personal está el agradecimiento sentido y hondo para esas personas que con su trabajo y su cariño nos ayudaron a lograrlo.




