
La luz mágica del atardecer que se filtraba por mi ventana duró pocos minutos, por lo que después de lograr sacar algunas fotos y haber intentado en ellas captar cierto "clima" guardé mi Miranda cuidadosamente como quien atesora un objeto preciado.
Esta cámara tiene su propia historia. Con ella mi padre aprendió lo que sabe de fotografía, enseñado por su primer amor de juventud, una estudiante de cine.
Con ella le sacó fotos a la infancia de sus hijas, hasta que muchos años después la mayor de ellas la sacó del arcón de los recuerdos sintiendo la misma pasión por captar el espíritu de las cosas, de un momento, y de la gente.
Veo que el itinerario de viaje comienza en el aeropuerto de Miami hacia Key West. De allí a Everglades, paseo por pantanos incluído. Pero en realidad, valoro que nuestro plan sea precisamente carecer de uno.
Qué bueno que elijamos soltarnos y permitirnos que nos lleven la luz del día, la noche, el hambre, la sed, el sueño...
La organización familiar y laboral previas al viaje son por demás estresantes. Gente que ha viajado antes me dice que así suele ser, aunque suelo hacerme la pregunta ¿Seré yo...?
Siento una alegría inédita y una ansiedad que me hace palpitar el destino elegido. Una nueva mezcla de emociones que me enfrenta a la realidad de ser parte protagónica de este viaje, el primero.