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¿Cómo llegué a no reconocer mi propio rostro?
¿Qué fantasmas soy incapaz de enfrentar en mis sueños?
¿Toda relación humana es por definición compleja?
¿Qué espero de los demás? ¿Y de mí misma?
¿Qué estarían esperando los demás de mí?
¿Alguna vez sería suficiente?
Con estas preguntas Matilda llegó a la mitad de su cuaderno en menos de dos días más sin dormir.
Al tercer día y habiendo pasado ya dos sin maquillaje, volvió a caer en un sueño profundo y esta vez por seis horas corridas, mientras intentaba responder, al menos, a las primeras dos preguntas que se había hecho por escrito.
Cuando se despertó era tan tarde para llegar a la oficina que envió un mail desde su celular avisando que una fuerte anginas le impedía salir de su casa.
Preparó un baño de inmersión caliente con sales relajantes, encendió su computadora y puso bajito a Bob Dylan.
Mientras cantaba con voz casi imperceptible forever young… la invadió otra vez aquella sensación que se había jurado no volver a sentir. Su deseo la llevó a levantarse de la bañera, envolverse en su salida de baño color púrpura, tomar del vanitory su teléfono y llamar a Agustín.
Al fin y al cabo, él la había invitado a llamarlo cuando sintiera ganas de volver a creer en alguien, aunque sea una vez más en su vida.
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