
Suele decirse que cada familia es un mundo. Lo cierto es que cada una tiene su propia "lógica" de funcionamiento; su particular modo de ser. Sus miembros se relacionan de acuerdo a esas pautas asumiendo su rol, y a medida que el tiempo pasa y nos vamos poniendo viejos, cada uno va teniendo más o menos posibilidades de deshacer el ovillo, desencriptar los mensajes, interpretar las acciones, lo que se dice, y lo que no.
Mi familia de origen tiene, como todas, lo suyo. Muchos aciertos y unos cuantos desaciertos. Varias formas dignas de repetir, y otras tantas a las que más vale ni parecerse.
Y de distinguirlos se trata cuando cada uno parte del nido y forma luego el propio. Ahora cada miembro de la nueva pareja trae mucho de todo aquello, y mezclado con lo otro que trae su media naranja hay que empezar una nueva "lógica familiar". En realidad eso sería lo mejor! Armar la propia manera de ser familia. Es lo más difícil, puesto que no todo puede fusionarse y convivir en armonía, y dejar de lado aquello que heredamos y hacer lo propio muchas veces es un verdadero problema.
Aunque reiterativa, les cuento que hacer terapia fue para mí y para Javier la clave del asunto. Es un camino sinuoso, muchas veces doloroso, pero vale la pena. Es un orgullo para nosotros que nuestra familia funcione como nosotros logramos hacerla andar.
Pero el otro día pasé una tarde con mis padres y hermana y me reencontré con aquellas fatídicas formas. Digamos que en aquella casa solía practicarse la intolerancia y la extralimitación. No solíamos dejarnos pasar un error, y todo a la vista de todos. Me da vergüenza, pero es así. Somos así. Intenté decirle a mi hermana que estaba repitiendo en ese mismo momento el modelo, y caí en la trampa. Lo repetí también. Ufa!
Me sentí mal ese día y el siguiente; confundida, aturdida, angustiada.
Supongo que ahora se trata de intentar decirle al otro lo que siento, escucharlo, hacerle saber cuánto lo quiero... y volver a empezar.